El patio oye el suspiro de otros días en sus arcos.  
                      En las paredes húmedas se estremecen las yedras.  
                      Lilas, jazmines y celindas  
                      tiemblan gozosos en el aire tibio  
                      bajo el beso fugaz de las abejas;  
                      pero celindas, lilas y jazmines,  
                      yedras de oro y arcos ruinosos  
                      no saben cómo un día nos amamos.  
                      Llena la fuente está de claras ondas,  
                      de agua cara y azul igual que el cielo,  
                      la fuente pura y fría  
                      a la sombra delgada de las damas de noche  
                      que dejan su perfume flotar por la negrura…  
                      Mas no supieron nunca  
                      que nos amamos,  
                      y la fuente que llora  
                      solitaria en la sombra  
                      nunca vio reflejarse nuestra dicha  
                      en la dulzura inmóvil de sus ondas.  
                      [...]  
                      Subíamos riendo la escalera  
                      hasta llegar al alto palomar todo blanco.  
                      El patio parecíanos entonces algo triste.  
                      Los rayos en las vagas madreselvas  
                      diríanse un enjambre de irritadas abejas.  
                      El olor del invierno persistía  
                      en los abandonados corredores.  
                      La sombra de las hojas se movía en los muebles  
                      enfundados del gran comedor solitario.  
                      Bajo aquel cielo azul de primavera,  
                      en aquel palomar completamente blanco,  
                      solos, entre aleteos y arrullos de paloma,  
                      desnudos y tendidos sobre el sol nos amamos.  
                      Ricardo Molina   |