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LOS PATIOS DE CÓRDOBA DE LOS NARANJOS
 
Directorio:
 
Patios de los Naranjos en Córdoba
   
 

El Patio de los Naranjos es considerado el patio de los patios, se halla en la calle Cardenal Herrero y se trata del Patio de los Naranjos, era el lugar donde los musulmanes realizaban sus abluciones antes de entrar a la antigua mezquita, recibe el nombre por la cantidad de ejemplares de naranjos, cuya construcción se inicio en el siglo VIII y se convirtió en catedral tras la conquista cristiana en 1236.

El acceso al patio se puede realizar por una de las tres grandes puertas, en la fachada norte se halla la puerta del Perdón; la puerta de los Deanes en la occidental y la puerta de Santa Catalina en la oriental.

Tras acceder al patio podemos circular por unas galerías porticadas, formadas por series de tres arcos peraltados que descansan sobre columnas, algunas de ellas, rescatadas o rehabilitadas de edificaciones romanas.

El patio se divide en tres partes, en el centro forma un cuadrado y en los laterales dos rectángulos, esta pavimentado con piedras de río al modo del estilo romano, en el centro se halla la fuente de Santa María, con cuatro pináculos en los extremos de estilo barroco de donde sale un caño que abastece a un enorme pilón. Además de los naranjos, se alternan cipreses y palmeras y algún olivo. Se abastece de agua mediante una amplia red de acequias que recorren el perímetro del patio.

Unas estrofas del Poeta Ricardo Molina muchas veces son leídas en el Palacio por excelencia de los Patios de Córdoba dicen:

El patio oye el suspiro de otros días en sus arcos.

En las paredes húmedas se estremecen las yedras.

Lilas, jazmines y celindas

tiemblan gozosos en el aire tibio

bajo el beso fugaz de las abejas;

pero celindas, lilas y jazmines,

yedras de oro y arcos ruinosos

no saben cómo un día nos amamos.

Llena la fuente está de claras ondas,

de agua cara y azul igual que el cielo,

la fuente pura y fría

a la sombra delgada de las damas de noche

que dejan su perfume flotar por la negrura…

Mas no supieron nunca

que nos amamos,

y la fuente que llora

solitaria en la sombra

nunca vio reflejarse nuestra dicha

en la dulzura inmóvil de sus ondas.

[...]

Subíamos riendo la escalera

hasta llegar al alto palomar todo blanco.

El patio parecíanos entonces algo triste.

Los rayos en las vagas madreselvas

diríanse un enjambre de irritadas abejas.

El olor del invierno persistía

en los abandonados corredores.

La sombra de las hojas se movía en los muebles

enfundados del gran comedor solitario.

Bajo aquel cielo azul de primavera,

en aquel palomar completamente blanco,

solos, entre aleteos y arrullos de paloma,

desnudos y tendidos sobre el sol nos amamos.

Ricardo Molina

   
 

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