BLOG DEL VIAJE POR FRANCIA por R.RICO, Parte II
 
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PARTE II

Amanece el día 7 un poco encapotado y, tras desayunar los consabidos bollos con café, unos, y con chocolate, otros, salimos para iniciar las visitas que hemos programado para hoy.

Amboise (Francia)

Atravesamos, una vez más, el río y tomamos la dirección de Amboise dejando atrás y sobre nuestras cabezas, en Chaumont sur Loire, el château que lleva el mismo nombre del pueblo (al final no pudimos visitarlo y mira que tiene una estampa típica y bonita: torres que culminan en agudos tejados de pizarra con forma similar a los “sombreros de las brujas”), para visitar el castillo de la ciudad (también habitado por, entre otros, Francisco I) y el palacio de Clos Lucé (donde vivió sus últimos años Leonardo da Vinci, y falleció).

Discurrimos por una carretera secundaria (creo que se la conoce por el nombre de “Ruta Histórica del Valle de los Reyes”), no por ello descuidada, rodeados de árboles y vegetación pasando por caseríos y aldeas, además de por pueblos, que amenizan nuestro viaje.

Llegamos, igual que el buen tiempo que desde entonces nos acompañará, a la ciudad de Amboise. Bonita y singular ciudad a orillas del río Loira. Está recostada sobre el río, que la divide en dos –supongo que a un lado la parte vieja y al otro la nueva– y que se unen a través de dos singulares puentes. Aparcamos, relativamente cerca del castillo, pagando como mandan los cánones (en todas las ciudades que hemos estado hay que pagar por aparcar, como en Madrid) y accedemos a la recoleta y bonita plaza que limita al castillo y por la que tiene su entrada. Pagamos por entrar, como siempre, y comenzamos la visita a este curioso, elevado, cuidado, bonito, sugerente y original sitio.

Capilla de San Huberto (Amboise)

Cuando intento hacer una fotografía la cámara digital me dice que la tarjeta no está formateada ¿Cómo que no está formateada? Si tiene 73 fotografías de ayer. Cambio de tarjeta y medito sobre lo que supone haber perdido todo el material que fotografié ayer ¡Me cago en la leche puta!

Dejo los problemas fotográficos para más adelante y continuo con la descripción del lugar.

Fue la residencia del señor Louis de Amboise, para pasar a manos de Carlos VII al ser considerado conspirador. El delfín de éste, Carlos VIII –hijo de Luis XI–, nació en el castillo donde vivió en el siglo XV, y lo que hoy podemos contemplar sólo representa la quinta parte de lo que en su día fue el castillo-fortaleza de Amboise. Lo cierto es que, tanto por abandono como por demolición, se han perdido la mayoría de las edificaciones que completaban el complejo, quedando en pié únicamente el palacio y la capilla de San Huberto.

El palacio conserva una numerosa y rica colección de mobiliario gótico y renacentista.

Tras entrar en el recinto por la rampa llegamos a la explanada donde se ubican tanto los jardines, como el castillo y la capilla de San Huberto.

Los jardines están plantados con especies autóctonas mediterráneas: cipreses, bojs, robles verdes, naranjos y limoneros.

Tumba Leonardo Da Vinci (Amboise)

Lo primero que llama poderosamente la atención del visitante es la capilla de San Huberto (patrono de los cazadores), a la izquierda de la explanada que hay frente al castillo. Está totalmente realizada en Gótico Flamígero y se supone que allí descansan los restos del genial Leonardo da Vinci. Edificada por Carlos VIII, hijo de Luis XI, sobre el oratorio que su padre, con anterioridad, había construido.

Del castillo resaltan sus dos torres de herradura (la de Minimes y la de Heurtault ), la primera en el castillo y la segunda en la rampa de acceso, por las que los caballeros podían subir a caballo y, todo el conjunto, desde la pradera exterior, se percibe como dos cuerpos de edificios en ángulo recto perfectamente diferenciados: el “ala Carlos VIII”, en la prolongación de las murallas –de estilo Gótico Tardío Francés–, y el “ala Luis XII y Francisco I”, tercera planta del edificio perpendicular –de estilo Renacentista–. Tiene el honor de ser el primer castillo que introdujo el estilo italiano en el Valle del Loira, por lo que se puede efectuar un recorrido por la transición entre el Gótico Flamígero y el Renacimiento.

Carlos VIII ordenó la construcción, aparte de la capilla de San Huberto, de los alojamientos del Rey y la Reina y de las dos torres de herradura (todo ello de estilo Gótico Flamígero, caracterizado por los tragaluces con pináculos).

Una vez dentro del castillo destacan, en la zona Gótica, la sala de guardia, que permitía controlar el acceso a la primera planta –la que ocupaba el Rey–; el camino de ronda, consistente en una galería abierta que permitía vigilar el Loira; la sala de la guardia noble, donde los nobles que custodiaban de cerca al soberano controlaban el acceso a la escalera que conduce a la planta superior; la sala de los tamborileros, cámara que se adornaba con tapices durante las visitas del Rey –la corte era itinerante frecuentemente y el mobiliario seguía los desplazamientos– y, por último, la sala del Consejo, que era la más importante del castillo pues el Rey celebraba allí sus sesiones.

Galería Gótica Chateaux Amboise

De los apartamentos Renacentistas destacan: la sala del copero, sala en la que al Rey se le servía la bebida en la mesa que hay al efecto; la cámara de Enrique II, donde ya se incluye un conjunto de asientos que le confieren “perspectiva” y, cerrando este apartado, la antecámara del cordón, típica en los apartamentos renacentistas de la que la entrada ha desaparecido.

A estos dos apartados se le añaden los apartamentos de Luis Felipe (Rey) que son: el gabinete Luis Felipe, la cámara y el salón de música.

Como ya he dicho las torres de Minimes (los Mínimos) –con acceso directo al castillo– y de Heurtault –por la que se accedía al interior del conjunto amurallado– podían ser subidas en carruaje o caballería. Desde la de Minimes se tiene la mejor vista sobre el Loira y la ciudad, a 40 metros de altura. Desde la otra de la plaza que conduce hasta la última morada de Leonardo: Clos Lucé.

De nuevo en el jardín un busto de Leonardo da Vinci nos recuerda el emplazamiento de la colegiata de San Florentín (edificio románico del siglo XII), donde fue inhumado y desde donde se le trasladó a la capilla de San Huberto tras la demolición de la colegiata, en el siglo XIX. También se encuentra un invento bélico (un arcano del tanque) de Leonardo en el jardín.

Hasta aquí la grata visita que giramos al castillo y sus jardines.

Bajamos del castillo, encaramado a la roca, para dirigirnos a Clos Lucé por una empinada y estrecha calle.

También este palacete (castillo le llaman ellos) es grato a la vista aunque no tiene nada que ver con el del Rey.

Clos Lucé (Francia)

Esta totalmente rodeado por un muro (quizá por eso lo de castillo) y consta del castillo (donde Leonardo vivió sus tres últimos años) y un gran parque, “otrora” remanso de paz donde el genio reflexionaba y descansaba, “ahora” temático, con “inventos de Leonardo” esparcidos aquí y allá para el “disfrute” de niños y mayores.

Tras pasar por taquilla efectuamos un rápido recorrido por las salas y habitaciones (todas ellas cubiertas de “frases y pensamientos” del maestro) y de maquetas de los inventos que se le atribuyen, para acabar en el jardín, donde todos acabamos, por una puerta trasera.

En el jardín hay un restaurante (entre parterres de flores), los baños y una tienda de souvenirs .

Paseamos por el inmenso jardín (muy cuidado, eso sí) bajo los impresionantes árboles que le dan paz y sosiego. Por unos altavoces escamoteados a la vista surgen explicaciones sobre Leonardo y sus inventos (supongo, pues ninguna explicación es en español). En un tranquilo y recogido lugar con bancos buscamos descanso pero sólo encontramos disputa con una italiana embebida o “bebida”, que lo mismo me da, en los melodiosos acordes que regurgitan los altavoces.

Pagoda de Chanteloup (Amboise)

Los niños hacen alguna gracia con el artilugio denominado “helicóptero” (una espiral sin fin) y seguimos visitando este enorme jardín, mosqueado yo por no haberle cantado más las cuarenta a la italiana culta, donde encontraremos otro restaurante junto a un molino de agua.

Como se acerca la hora de comer damos por finalizada la visita.

Ponemos rumbo a la Pagoda de Chanteloup .

En sus inmediaciones, un campo de cultivo ahora en descanso, plantamos nuestros reales y comemos los bocadillos que, para tal evento, hemos traído preparados. Allí coincidimos (el mundo es un pañuelo) con unos españoles que viajan como “Dios” (en autocaravana).

Frugal y reconfortante almuerzo que nos permite encarar la próxima visita.

Pagamos y empezamos a caminar (estábamos lindando con el recinto que ocupa la pagoda) por el mal conservado firme que, entre gigantescos árboles, conduce a las inmediaciones de la pagoda.

A medida que nos acercamos vamos teniendo a la vista la característica figura de la pagoda (apenas una estilizada columna compuesta por siete plantas –incluida la planta baja que está algo elevada con respecto al suelo–, con cuatro terrazas y un afilado techo).

Interior de la Pagoda de Chanteloup (Amboise)

En el lugar desde donde se contempla en toda su altura, y extensión, la pagoda (según el folleto del lugar: ¡Una locura oriental!) y el lago que se extiende a sus pies hay un mini parque temático de juegos chinos (asiáticos) para el disfrute de chicos y adultos. Jugamos a algunas cosas (hacer un recorrido con una bolita por un camino plagado de agujeros, la rana, mini bolos, etc.) y disfrutamos de los accesorios orientales que se encuentran a la entrada (un palanquín chin , muebles orientales, carruajes, estatuas, etc.).

A través de una tienda de souvenirs repleta de múltiples y variados artículos en venta del lejano oriente (me trae recuerdos de Vi?t Nam, pues allí hay objetos, que reconozco por haberlos visto en puestos y tiendas de aquellas lejanas tierras), más del Sudeste Asiático que de China, en la que aprovechamos para comprar sendos helados a los niños, cotillear entre las mercancías que se ofrecen a la vista de los que por allí pasamos y, de paso, algunas para conocer de cerca los baños, penetramos en el espacio que comprende el lago, con barcos de inspiración oriental, y la torre-pagoda.

Pagoda de Chanteloup (Amboise)

Se respira tranquilidad y sosiego, aquí no parece existir el tiempo, estamos en el ángulo izquierdo de la pradera que conduce a la pagoda, en el radio de la respetable laguna, en forma de semicircunferencia, y de la que la pagoda ocupa el punto central del diámetro, rodeado todo el conjunto por un tupido y amplísimo bosque. Por el camino de grava-arena llegamos al pie de la torre (creo que es más una torre que una pagoda), desde aquí la vista es impresionante, sobre todo si se puede subir hasta el final pues cada vez se estrecha más y más. Nos han dicho que a la última planta sólo pueden llegar, a la vez, cuatro personas, su reducido tamaño no permite que se puedan mover en ella más ¡Ya lo veremos!

Penetramos en el corazón de la torre donde se encuentran varios sillones corridos de madera, de estilo oriental, de uno de cuyos lados parte una escalera que se ciñe (en el estricto sentido de la palabra “ceñir”) a la pared y asciende, para mi gusto, quizá demasiado rápidamente, lo que hace que tenga escalones estrechos y altos, muy incómodos para los niños.

Mientras ascendemos por la estrecha, voy viendo, en el folleto, la historia de esta pagoda: fue edificada, en un parque de 14 hectáreas, en 1.775 por el duque de Choiseul, ministro del Rey Luis XV. Es un monumento insólito, “chino” puro al estilo Luis XVI.

Se levanta 44 metros distribuidos entre sus siete plantas y formó parte de un conjunto que incluía un castillo del que sólo se conserva una piedra, situada en el interior de la pagoda, desafortunadamente derruido en el siglo XIX, escapando al desastre solamente la pagoda y la laguna.

Llegamos a la primera planta, amplia todavía, con salida a una terraza, que la circunda, protegida por una no muy fiable barandilla metálica. La vista es espectacular.

Seguimos subiendo y cada vez se estrecha más. Llegamos a la segunda planta. También tiene salida a una terraza que la circunda, esta vez ostensiblemente más estrecha y, también, protegida por una barandilla mejorable.

Decoración Pagoda de Chanteloup (Amboise)

Retomamos la subida, estamos temerosos por las estrecheces y por la nada fiable sensación que le da el lugar, para llegar a la tercera planta, ésta sin terraza pero con buenos ventanales (un poco manoseados pero no muy sucios). La vista ha mejorado con respecto a las alturas inferiores.

Sólo tenemos un objetivo llegar al final, así que para arriba y cuidado con los codos que esto se estrecha cada vez más. Llegamos a la cuarta planta, donde vuelve a haber terraza, si a esto se le puede llamar terraza, que la rodea. Aprovecho para hacerle una foto desde el exterior (yo en la terraza, claro) pues no tengo distancia para en el interior ¿Es o no estrecha la planta esta?

Seguimos trepando hasta la quinta, donde tampoco hay terraza ¡Menos mal! Pero sí ventanales que dejan ver todos los alrededores de la construcción ¡Excepcionales vistas!

Esperamos que baje una pareja, de las dos que hay arriba –en la última planta–, y alcanzamos nuestra meta ¡La sexta y última planta! ¡Efectivamente aquí no caben más de cuatro personas! ¡Salvo que sean niños! Coincidimos un rato con la otra pareja en la exigua terraza que la circunda y gozamos de las maravillosas vistas. Cuando la pareja abandona la cúspide sube el resto de la familia (aunque estemos un poco apretados entramos todos). Hacemos, y nos hacemos, fotos y comenzamos el no menos peligroso descenso.

A medida se desciende planta por planta, se va liberando del canguelo que le ha producido subir, aunque hay que reconocer que el tío se ha esforzado un montonazo pues, con el pánico que le daba subir por las estrechas y empinadas escaleras, ha llegado hasta el final y no sólo eso, ha salido a “disfrutar” de las vistas en las plantas en que ello era posible, aun con hormigueo en el estómago.

¡Bravo chaval!

En la planta baja descansamos, a cubierto del sol, sobre los bancos orientales.

Fotos y a seguir camino. La tarde de verano todavía ha de dar más de sí.

Chateaux Chenonceau (Francia)

Nos dirigimos al castillo de Chenonceau.

Como la mayoría está totalmente rodeado (no sólo él, sino también sus posesiones, que en este caso son amplias) por un muro, por lo que hay que pasar por caja para conseguir las entradas que te franquean, ante dos corpulentos guardas, el paso al castillo, sus jardines y sus bosques.

Tras la puerta se extiende un más que respetable camino bajo imponentes plátanos que lo bordean y que te conduce ante dos estatuas egipcias (que representan a sendos leones con cabeza de faraón) que sirven de guardianes al acceso a los jardines y castillo, propiamente dichos. De este camino salen otros, a la izquierda, que se pierden entre ingeniosos jardines laberínticos, cariátides y bosques.

Está envuelto, más que protegido, por el río Cher, que pasa por sus extremos (fachada principal y trasera) y bajo el castillo aislándolo de tierra firme.

Fue construido en el siglo XVI por Thomas Boiher, previa demolición de la fortaleza y del Molino Fortificado que ocupaban el lugar y del que sólo se conserva el Torreón y el pozo (adornado con una quimera y un águila), pertenecientes a la familia Marques. De ahí que el Torreón reciba dicho nombre.

Bóveda renacentista Chateaux Chenonceau

Así pues, el castillo se construyó sobre los pilares del antiguo Molino Fortificado y la explanada que ocupan el Torreón de los Marques y el pozo corresponde a la planta de la fortaleza que allí se alzaba.

La puerta de entrada (Monumental) corresponde a la época de Francisco I, de madera esculpida y pintada (a la izquierda, lleva el escudo de armas de Thomas Bohier, a la derecha, el de su esposa Catherine Briçommet, coronados por la salamandra de Francisco I y la inscripción “Francisco, por la gracia de Dios, Rey de Francia, y Claudia, Reina de los franceses”.

En la puerta, de roble, bajo las figuras de los santos patrones (Santa Catalina y Santo Tomás) se encuentra la divisa de los dueños del castillo: “Si se construye, hará que se acuerden de mí”. Tras cruzar el umbral de la puerta accedemos al vestíbulo (cubierto por una serie de bóvedas de ojiva) que da paso a la Sala de los Guardias –a la izquierda–, en la que aguardaban los hombres de armas que protegían al Rey.

De la Sala de los Guardias se accede a la Capilla por una puerta coronada con la estatua de la Virgen. Los vitrales son modernos (1.954) pues los originales fueron destruidos por un bombardeo en 1.944. En sus paredes hay pinturas de Il Sassoferrato, Alonso Cano, Murillo y Jouvenet.

Durante la Revolución Francesa, la propietaria de la época protegió esta Capilla convirtiéndola en reserva de madera.

También se encuentra en la planta baja la recámara de Diana de Poitiers –a continuación de la Sala de los Guardias–, el Gabinete Verde (lugar de trabajo de Catalina de Médicis, Regente a la muerte de su esposo Enrique II) –tras la recámara de Diana de Poitiers– y sus dos gabinetes italianos del siglo XVI, la Biblioteca (pequeña y recoleta con vistas al río y al jardín de Diana), la Galería (desde la recámara de Diana de Poitiers, por un pequeño pasaje, se llega a ésta que fue mandada construir por Catalina de Médicis con planos de Philibert de l'Orme sobre el puente de Diana de Poitiers. Es una sala de baile –adosada al castillo en sí– de 60 metros de longitud por 6 de ancho e iluminada por 18 ventanas. Se inauguró en 1.577 y cada extremo tiene una chimenea Renacimiento, la sur no es más que un decorado que conduce a la orilla izquierda del río. Durante la 1ª Guerra Mundial, su propietario, la convirtió en un hospital). A la derecha del vestíbulo se encuentran el Salón Luis XIV y la Recámara de Francisco I, separadas por la escalera que conduce a las plantas superiores.

Habitación Chateaux Chenonceau (Francia)

De la planta baja pasamos, primero, a los sótanos, situados sobre los basamentos del castillo, para visitar las cocinas.

Las cocinas están instaladas en los, enormes, basamentos que forman los dos primeros pilares asentados en el cauce del río Cher, y constan de una “Oficina”, sala baja con dos bóvedas de crucero de ojiva, chimenea del siglo XVI (la más grande del castillo) y un horno de pan, desde ésta estancia se accede a la “Sala Comedor”, que se reservaba al personal del castillo, a la “Carnicería”, donde aún se pueden observar los ganchos para colgar a los animales para su despiece y, por último, la “Fresquera” que hace de puente (según la leyenda se le llama “Baño de Diana”) hacia la “Cocina” propiamente dicha, pasando de un pilar a otro (tiene una plataforma donde atracaban los barcos de aprovisionamiento). La cocina fue equipada con un moderno equipamiento, cuando se transformó en hospital, durante la 1ª Guerra Mundial.

Volvemos, entre el mare mágnum de gente que hace el mismo, y el inverso, camino que nosotros a la planta baja para subir por la hermosa escalera, con dos rampas y un descansillo que forma la logia de balaustrada (de las primeras que se construyeron de estilo “recto” o “rampa sobre rampa”), protegida por una puerta de roble –del siglo XVI–, en la que en cada hoja hay una representación esculpida de la Ley Antigua y de la Ley Nueva, que nos conduce a la primera planta.

Galería Puente Chateaux Chenonceau (Francia)

Nos encontramos en el vestíbulo Catherine Briçonnet, que sirve de distribuidor de las recámaras y habitaciones que aquí se encuentran.

A la izquierda de la escalera se encuentra la Recámara de Grabrielle d'Estrées, favorita del Rey Enrique IV y madre de su hijo legítimo César de Vendôme. Tiene una sucesión de tapices llamados “Los Meses Lucas”.

Entre esta recámara y la de Las Cinco Reinas se encuentra el acceso al amplísimo balcón que domina la entrada al castillo.

Seguidamente entramos en la Recámara de Las Cinco Reinas. Llamada así en recuerdo de las dos hijas –La Reina Margot y la Reina Elisabeth de Francia– y las tres nueras –María Estuardo, Elisabeth de Austria y Louise de Lorraine– de Catalina de Médicis. También tiene tapices, sobre Flandes, del siglo XVI.

A continuación pasamos al Gabinete Médicis, con mobiliario y tapices del siglo XVI y, desde aquí accedemos al Gabinete de Estampas (o dibujos) donde se conserva una colección de dibujos y grabados sobre Chenonceau que abarca desde 1.560 hasta el siglo XX.

Bargeño Chateaux Chenonceau (Francia)

Sólo nos queda por ver, en esta planta, la Recámara de César Vendôme. Situada al otro lado de la escalera de acceso. También tiene tapices, esta vez del siglo XVII.

Volvemos a la escalera y subimos a la segunda y última planta, donde sólo se puede visitar, no sé si porque no hay más o porque están cerradas al público, la Recámara de Louise de Lorraine. Esta recámara está totalmente decorada en color negro, lo que le da un aire lúgubre y claustrofóbico.

Volvemos a la planta baja para atravesar la Galería, en la que hay una exposición de un pintor chileno (muy bueno o, al menos a mí me lo parece), por la que salimos a la parte trasera del castillo, al otro lado del río (cuando salimos, por el puente levadizo de esta parte, hay una señorita que nos facilita unos cartones circulares, del tamaño de una moneda de dos euros, que luego nos servirán para volver a entrar en el castillo). Desde este lado del río la vista es impresionante, pues desde aquí se ve la enorme construcción que representa la Galería unida al castillo en sí. Fotos y volvemos a entrar para salir por la entrada principal y ver los bonitos jardines que flanquean el castillo.

Capitel Chateaux Chenonceau (Francia)

Más fotos con la fachada del castillo al fondo y la Torre de los Marques (hoy convertida en tienda de recuerdos) y regreso, por los idílicos campos franceses al camping.

Hemos previsto cenar huevos fritos con patatas, por lo que habrá que buscar un sitio donde comprar huevos y patatas. Intentaremos hacerlo en un pueblo de camino (cosa que resultará bastante más complicada de lo que a primera vista parece) en alguna tienda.

Paramos en un pueblo y no encontramos tienda alguna donde comprar, así que optamos por llegar hasta Onzaine, donde pensamos será más fácil encontrar una tienda o supermercado.

¡Nada que no es nuestro día! No localizamos ningún súper donde hacer nuestras compras y tiramos hasta Mesland y una vez allí yo dejo de seguirle y pregunto a un lugareño que trabaja en la limpieza y segado del césped de su casa. Me indica (como puede, que ya es bastante) que en Onzaine hay un gran supermercado y que me de prisa porque a las seis cierra.

Corremos de regreso a Onzaine y allí le pregunto a otro señor que me indica que está siguiendo recto. Efectivamente, allí está el “Intermarche”, por el que hemos pasado todos los días y cuantas veces hemos atravesado este pueblo (es decir, siempre), sólo que el acceso al interior y al aparcamiento está por la parte trasera (la que no se ve desde la calle) por lo que por mucho que buscáramos pistas sobre dónde había gente era imposible de localizar.

Una vez allí corremos hacia el interior para hacer las comprar que teníamos previstas. En cuestión de 15 minutos tenemos huevos, leche, patatas y alguna que otra cosa.

Niños, a la piscina (el agua sigue igual de fría que ayer), Comenzamos a preparar la cena y yo a ducharme en nuestra magnífica ducha de la mobile home.

¡Qué bien se duerme sobre un mullido colchón!

Chateaux Chenonceau (Francia)

 

 

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© Fotografías y textos son propiedad:

R. Rico

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