“La montaña cruce de caminos, encuentro de viajeros”. Una de las cuestiones más sugestivas de la pintura nórdica es el éxito del paisaje de montañas entre pintores, tratadistas, coleccionistas de unas tierras eminentemente llanas. En la actualidad estos paisajes han sido interpretados como una temprana manifestación del concepto estético de «lo sublime» que triunfara durante el siglo XVIII o han sido relacionados con la disputa teológica en torno a la creación de las montañas planteada por los padres de la Iglesia , vigente desde el siglo XVII, también entre los teólogos protestantes.
Sin embargo, entorno a 1600 parece haber prevalecido una interpretación moralizante, derivada de la tradición alegórica de la montaña como símbolo del arduo paso de por vida para entrar en el Templo de la Virtud. Pero también es cierto que su éxito pudo ser debido simplemente al mismo interés por lo raro, lo inusual, que subyace a los «gabinetes de maravillas» (Wunderkammer), tan en moda en aquella época. La montaña como asunto pictórico arranca con la serie de grabados Grandes Paisajes, basada en doce dibujos de paisajes alpinos que Pieter Brueghel el Viejo (ca. 1525-1569) hizo tras regresar de Italia en 1554. En la segunda década del siglo XVII, las vistas de montañas enormes y dramáticas dejan paso a unas visiones más líricas y próximas.
El primer cuadro de la exposición es del pintor David Teniers, el Joven “Paisaje con gitanos”, realizado en óleo sobre lienzo, esta datado entre 1641 y 1645.
Hacia mediados del siglo XVII, la tradicional división de tres planos de colores fue sustituida por una construcción espacial más naturalista basada en juegos de luces y sombras. Como era habitual, los gitanos están ante una cueva que se refiere a su vida errante y al margen de la ley. Las cabañas y los campesinos simbolizan la vida sedentaria sometida a reglas sociales. |